El trastorno afectivo bipolar, mejor conocido como trastorno bipolar o bipolaridad, es una enfermedad mental que produce cambios en las células del cerebro y origina un desequilibrio que afecta el estado de ánimo del individuo que la padece; se caracteriza por pasar de episodios maníacos a depresivos bruscamente, o viceversa, sin necesidad de que exista un estímulo que haya propiciado el cambio de conducta.
Entre el termino ánimo y emoción, existen diferencias que son importantes conocer para el estudio de la bipolaridad. El estado anímico es prolongado, se conoce como la disposición a otras situaciones emocionales, mas no es en sí una emoción, ya que estas son transitorias y generalmente reactivas (provocadas por un estímulo determinado). Por ello, los pacientes de este trastorno pueden estar largos periodos de tiempo sintiendo emociones ligadas a la depresión o a la manía, esto dependiendo de su estado.
Asimismo, las personas también tienden a poseer un concepto erróneo cuando se plantea la palabra manía, suelen asociarlo a conductas repetitivas e intolerantes, a individuos con actitudes persistentes y fijaciones anormales; pero estas son características de otra enfermedad conocida como trastorno obsesivo compulsivo, y no se debe confundir con el estado maníaco.
Es común que los afectados tengas un periodo de tiempo en el cual no posean ninguna anomalía en su estado de ánimo, lo que se conoce como el intervalo de los episodios, en ellos los pacientes piensan que ya han logrado superar la enfermedad, pero en realidad no es más que otra de sus cualidades. Cuando la persona pasa de un intervalo a la depresión, esta tiene una duración mayor, ya que el trastorno se suma a la idea frustrada de recuperarse y mantener un ritmo de vida habitual.
Los cambios en las células cerebrales provocan el desequilibrio de los neurotransmisores, y estos a su vez desatan variaciones anormales de las emociones, el metabolismo y el pensamiento. Se conoce que las personas que padecen de bipolaridad tienen una muerte celular mayor al resto de los individuos, especialmente en la zona del lóbulo frontal, temporal e hipocampo. El motivo por el cual un individuo desarrolla este trastorno es multifactorial.
Entre sus motivos pueden intervenir elementos ambientales, genéticos y psicosociales, en la mayoría de los casos un cúmulo de todos ellos. El aspecto hereditario es uno de los más importantes, estudios han demostrado que personas con padres o familiares cercanos bipolares, son mucho más propensos a padecerlo; sin embargo, lo que se hereda es la predisposición a la enfermedad, esto quiere decir que para que esta se desarrolle necesita de otros estímulos del entorno.
Aun así, un individuo que no tenga antecedentes de esta afectación puede padecerla, ya que en ese caso lo que influye es algún tipo de alteración en su carga genética. Las relaciones interpersonales, las etapas de la vida o algunas circunstancias traumáticas, pueden ser detonantes de este trastorno.
Se considera que la adolescencia es la época en donde existe más probabilidad de que se desencadene la enfermedad, debido a los cambios hormonales y emocionales, los nuevos agentes de socialización, la incursión en grupos de semejantes y la consolidación de la personalidad. También puede aparecer a otras edades más avanzadas, debido a las responsabilidades que trae consigo el crecer, laborar e independizarse; la frustración, el estrés sostenido, la ansiedad y la depresión, pueden ser causantes del desarrollo de la enfermedad.
Muchos se preguntan si existe la bipolaridad infantil, y es un tema que causa controversia entre los especialistas. Algunos consideran que no se debe dar un diagnostico patológico de esta enfermedad si el paciente no ha llegado al menos a la etapa final de la adolescencia, mientras que otros abogan que si este posee los síntomas, sin importar la edad que tenga, debe diagnosticarse.
Siguiendo la línea de la segunda opinión nace lo que se conoce como desorden bipolar pediátrico o trastorno bipolar de aparición temprana. Su principal causa es la hereditaria, pero si los padres del niño no poseen la enfermedad, esta se le atribuye a anomalías severas en la estructura y función cerebral.
Los niños con trastorno bipolar constan con síntomas similares al de los adultos, a diferencia de que los intervalos entre una etapa y otra pueden ser muy cortos o incluso inexistentes; pueden estar felices disfrutando de algún juego, bailando o riendo, y al instante siguiente llorando desconsoladamente, sin razón aparente.
Los episodios mixtos son más comunes en los infantes, pueden estar molestos, tristes y contentos al mismo tiempo, lo que les genera frustración y trastornos de ansiedad. Podría decirse que esta es la etapa más difícil para padecer esta patología, ya que dificulta el aprendizaje, afecta la atención y la concentración; además de que el niño no está en capacidad de tener conciencia sobre la situación y no puede comunicar verbalmente las emociones, lo que le origina estrés y fatiga.
A este trastorno se le denomina bipolar, en referencia a los dos estados emocionales completamente inversos por los que atraviesa el afectado (los dos polos). Estos episodios se conocen como maníacos y depresivos, cada uno de ellos posee una sintomatología particular y se distinguen completamente del otro:
Se caracteriza por el bajo estado de ánimo, sentimientos de tristeza, culpabilidad y abatimiento; durante este episodio el individuo se aísla de sus grupos sociales, deja de cumplir con sus responsabilidades y de ejercer sus labores diarias, no disfruta de la vida ni encuentra motivación en nada. Entre los síntomas de este trastorno están:
Durante este periodo el estado anímico es anormal y persistentemente elevado, caracterizado por la euforia y acciones atrevidas que pueden desencadenar graves consecuencias. En este episodio el individuo tiende a irritarse fácilmente, exasperarse y reaccionar violentamente cuando alguien le lleva la contraria o le establece límites. Entre sus síntomas se pueden encontrar:
No necesariamente un episodio va seguido de otro de manera inmediata, en la mayoría de los adultos los intervalos pueden durar desde horas hasta semanas, incluso meses si el tratamiento causa el efecto esperado y ayuda al paciente a sufrir menores eventos, o baja intensidad en los mismos.
A veces, cuando el paciente cree estar en un intervalo o estado de ánimo normal, en realidad está en presencia de la hipomanía (un nivel leve del trastorno maníaco); esta se caracteriza por el sentimiento de bienestar y autoestima alta, en ella el afectado no se desinhibe en sus conductas y piensa con claridad, por lo que a veces puede pasar desapercibida.
Se conocen cuatro tipos de trastorno bipolar, y se diagnostican dependiendo de la recurrencia y severidad de los episodios. Estos son:
Trastorno bipolar de tipo 1: Dentro de este tipo se encuentran los individuos que han atravesado en reiteradas ocasiones eventos maníacos o hipomaníacos. Sin embargo, aunque el único requisito para entrar en esta categoría es haber sufrido de episodios maniáticos, en la mayoría de los casos tarde o temprano aparece el cuadro depresivo o mixto.
Trastorno bipolar de tipo 2: A diferencia del primero, se caracteriza por recurrentes episodios depresivos y algún episodio hipomaníaco, casi nunca se alcanza al maníaco. En este el paciente puede verse grave en los periodos de depresión, pero muy saludable en los intervalos o en los periodos hipomaníacos.
Trastorno bipolar de tipo 3 (o trastorno bipolar no especificado): Algunos especialistas consideran que las enfermedades o trastornos aislados que generan bipolaridad, deben verse incluidos entre las variantes; por eso, el tipo 3 envuelve la aparición tardía del trastorno bipolar, ya sea por causa de medicamentos, demencia, estrés, alteraciones hormonales, entre otros. Como no se trata de una condición específica, no se puede determinar la temporalidad o la recurrencia de los episodios.
Ciclotimia: Es la más leve, consiste en episodios hipomaníacos y de distímia (la forma más ligera de depresión). Es difícil de diagnosticas porque puede relacionarse a los rasgos de la personalidad, al temperamento o a las actitudes del individuo en respuesta a ciertos estímulos del entorno; por lo que no es sencillo discernir el estado anímico, de la situación emocional.
Cada uno de los tipos tiene su complejidad, pero el trastorno bipolar de tipo 1 se considera más grave que los demás, debido a la desinhibición del paciente, la osadía y la irritabilidad, lo que en muchas ocasiones puede llevarlo a situaciones de riesgo que ponen en peligro su propia vida y la de sus allegados.
Por su parte, el trastorno bipolar de tipo 2 también es riesgoso, pero tiene un nivel de control mayor. Con el tratamiento adecuado se puede ayudar a que el paciente salga airoso de los cuadros depresivos y mantenga la cordura durante los hipomaníacos, para que estos no se conviertan en maníacos.
Dentro de los tipos de trastorno bipolar, existen algunas variantes relacionadas con la sintomatología y la permanencia de cada uno de ellos, estas son: los estados mixtos y el ciclo rápido.
Estados mixtos: En ellos el afectado puede atravesar por síntomas tanto del episodio depresivo como del maníaco simultáneamente, lo que genera una mayor ansiedad y frustración; puede, por ejemplo, tener autoestima baja y desinhibirse sexualmente. Esta es una de las variaciones menos comunes, pero la más difícil de afrontar.
Ciclo rápido: El paciente se ve afectado por el ciclo rápido cuando a lo largo de un año atraviesa por cuatro o más variaciones del estado de ánimo, ya sean recaídas en los mismos episodios o saltos de uno a otro. La duración de los eventos suele ser menor, pero la intensidad depende del individuo.
La bipolaridad es una enfermedad que repercute en todos los aspectos de la vida de quien la padece, y también en la de sus familiares más cercanos. A diferencia de otros trastornos mentales, las consecuencias de esta pueden variar dependiendo del episodio en que se encuentre el individuo, es la unión de los efectos del trastorno maniático y el depresivo.
Sin embargo, en líneas generales, lo que se ve directamente afectado por la enfermedad en sí, independientemente del episodio por el que esté atravesando el individuo, es el ámbito laboral o escolar, las relaciones interpersonales, y la salud física y mental del mismo.
Cuando se atraviesan episodios depresivos, la persona no se preocupa por sus responsabilidades diarias, se sienten incomprendidos e incapaces de retomar sus labores, lo que conlleva al aislamiento. En los casos más graves, el paciente puede adquirir cardiopatía, hipertensión arterial y enfermedades inflamatorias; así como tendencia a los pensamientos suicidas.
Durante la fase maníaca el individuo se sobrevalora, la grandiosidad y el empobrecimiento del juicio, o sentido común, puede llevarlo a correr grandes riesgos a la hora de tomar una decisión laboral, familiar o económica, poniendo en peligro la integridad de su persona y allegados. Debido a la tendencia promiscua, por la desinhibición sexual, es posible que este adquiera enfermedades venéreas.
Cuando el episodio maníaco rebasa los límites, es posible que el paciente sea hospitalizado para equilibrar la segregación hormonal, tener al paciente en vigilancia y disminuir la euforia, con la finalidad de contralar los efectos que esta puede causar en él.
No existe una cura para la bipolaridad, sin embargo, los métodos que se emplean para controlar y disminuir sus repercusiones y concurrencias son muy eficientes, y ayudan al paciente a llevar una vida normal. Se conocen tres tipos de tratamiento para el trastorno bipolar, estos son: la psicoeducación, los fármacos y la terapia electroconvulsiva.
Conocer de la patología es sumamente importante antes de administrar otro tratamiento que ayude a contrarrestarla, ya que el paciente entiende su condición, la acepta y se siente en capacidad de enfrentarla. Por ello, la psicoeducación es el principal paso para la comprensión de la enfermedad, ya que logra que el afectado y sus familiares estén conscientes de la situación por la que este está atravesando.
Su principal objetivo es proveer al individuo de las técnicas y recursos necesarios para convivir con la enfermedad, algunos de ellos son: reconocimiento de síntomas y signos de recaídas, dominio de los patrones de ciertos hábitos de conducta, modificación de pensamientos negativos con respecto a su estado, e importancia y funcionamiento del tratamiento farmacológico.
Aunque en la mayoría de los trastornos mentales la psicoterapia es la primera instancia del tratamiento, en el trastorno bipolar lo es la psicoeducación. Estudios han demostrado que los pacientes que reciben formación psicoeducativa conocen mejor su sintomatología y previenen recaídas, gracias a la terapia cognitivo-conductual que esta facilita (manejo de la conducta a través del pensamiento), mientras que la psicoterapia no ha indicado cambios significativos entre los pacientes con bipolaridad.
Sin embargo, intrínsecamente la psicoeducación incluye otros métodos relacionados con el objetivo de la psicoterapia, los cuales contribuyen a la ayuda emocional y a la resolución de problemas correspondidos a los efectos del diagnóstico. Otro aspecto que tienen en común ambos procedimientos es su aplicación, ya que pueden ser tanto de manera individual como grupal.
Los medicamentos son el tratamiento eficaz para esta patología, a pesar de que tienen contraindicaciones y pueden alterar los episodios maniacodepresivos. Aunque son recetados en algunas ocasiones, los antidepresivos no suelen ser los de mayor demanda en el caso de pacientes bipolares, ya que estos pueden aumentar la frecuencia de las recaídas o provocar estados mixtos; sin embargo, los de mayor uso son: Imipramina, Doxepina y Clomipramina.
Para evitar las crisis y minimizar las consecuencias, los fármacos más eficientes son los estabilizadores del estado de ánimo, estos permiten reducir la aparición de bruscos altibajos e impedir episodios severos; entre los más reconocidos, están: las sales de litio, que bloquean la liberación de dopamina (hormona encargada de la satisfacción) y reemplaza al sodio en el canal sináptico (espacio entre una neurona trasmisora y una receptora), calmando la excitación; este a pesar de ser un estabilizador, suele ser empleado únicamente en los episodios maníacos.
Otros reguladores, como Carbamazepina, Oxcarbazepina, Clonazepam y Depakine (conocido como ácido valproico o valproato), disminuyen los niveles de sodio y controlan la interacción neuronal. Los neurolépticos o antipsicóticos también son utilizados en el tratamiento de la bipolaridad, estos al igual que el litio, impiden actuar a los receptores de dopamina, los más comunes, son: Clozapina, Olanzapina, Aripiprazol y Risperidona (especialmente recetado a menores de edad).
Por su parte, la Oxcarbazepina también puede ser usada como ansiolítico (inhibidores de la ansiedad), al igual que Bromazepam (Lexatin o Lexotan), Ketazolam (Ansietil, Sedatival o Solatran), Diazepam y Alprazolam, siendo este último el menos común por ser potencialmente adictivo. Los anticonvulsivos o antiepilépticos no suelen ser recetados, ya que pueden causar daños innecesarios en el sistema nervioso central; las alucinaciones pueden controlarse suministrando un buen tratamiento, elaborado con los fármacos anteriores.
La terapia electro convulsiva o terapia por electrochoque, es el último recurso al que se debe llegar, aunque puede ser utilizada como tratamiento para otros trastornos, es en la depresión y por ende en la bipolaridad cuando más se recurre a este método. Consiste en originar una convulsión a través de impulsos eléctricos, con la finalidad de que el sistema nervioso central acelere sus funciones e incremente la segregación de ciertas hormonas ligadas al bienestar, como la serotonina, dopamina y endorfina. El promedio de sesiones oscila entre 6 y 12, dependiendo de las reacciones del paciente.
Psicólogos de México expertos en Trastorno bipolar