Las pandillas violentas o bandas criminales callejeras existen en casi todas las grandes ciudades y sin duda son un peligro para nuestros hijos. En la última década Ciudad de México ha visto incrementar en sus calles el aumento progresivo de estas bandas o pandillas formadas por “niños” violentos que en algunas ocasiones son menores de edad. Esto grupos atentan contra otros jóvenes y adolescentes y también contra otras pandillas de su misma índole. La violencia es su forma de vida según el concepto de juventud y cultura de algunos barrios, en otras ocasiones también se produce violencia en zonas no marginales. Estas pandillas tienen el peligro con el tiempo de evolucionar y pasar de ser bandas locales a organizaciones criminales de nueva generación involucradas en asesinatos y drogas. Entonces ¿Cómo prever estas situaciones? ¿cómo ayudar a nuestros hijos a no caer en una pandilla violenta o a salir de ella?
No cualquier grupo de amigos que se reúnen ocasionalmente, son realmente una banda callejera. Para saber si tu hijo forma parte de una, lo ideal es primero conocer qué es realmente. Una banda se trata de un grupo de personas que se relacionan entre sí gracias a sus filosofías o ideas en común, que es precisamente lo que los impulsa a realizar actividades en conjunto. Pero una banda callejera o pandilla es más que eso, pues tales actividades grupales son en su mayoría de carácter delictivo, violento o nocivo, variando desde reunirse a consumir drogas a cometer crímenes o participar en conflictos entre pandillas.
Quienes se vuelven parte de una banda, generalmente son jóvenes que poseen un perfil de personalidad similar y que al compartir ideas y vivencias en común logran sentirse identificados; así establecen una relación muy cercana, como una hermandad. Las bandas surgen espontáneamente y se agrupan por zonas que con frecuencia, son áreas marginadas de las ciudades con alto índice delictivo, pobreza y una decadente calidad educativa, volviéndose estos algunos de los factores principales que ocasionan la aparición de bandas callejeras pues al no conocer otras formas de desarrollo personal ni contar con principios y valores fundamentados, eligen la vida de la calle y las formas más “fáciles” de obtener dinero, desde su punto de vista; formas que no requieren de un alto grado de conocimiento ni de ningún título sino de contar con valentía y fiereza.
Otros motivos para el surgimiento de bandas callejeras son los problemas de adaptación social de los jóvenes debido a la discriminación, ya sea por raza, costumbre, idioma, estatus o cualquier otro factor inherente a ellos que pueda diferenciarlos de la mayoría. Esta discriminación complica también las posibilidades de conseguir un empleo digno, lo que junto con el sentimiento de incomprensión y marginación, contribuye al resentimiento social y por ende ocasiona el origen de nuevas pandillas que pretenden obtener el reconocimiento, el afecto y la integración entre los miembros que la sociedad no les brindó en un principio.
Cuando un joven entra en una pandilla, debe cumplir con una serie de condiciones para ser considerado un miembro oficial. Son retos (más bien órdenes) impuestos por el líder o los miembros de mayor rango para asegurarse de que el nuevo ingreso realmente es capaz de atenerse a lo que hace la banda y que es alguien de confianza. Estas condiciones suelen ser muy rudas y peligrosas pues no sólo ponen en riesgo la vida del joven sino de quienes están a su alrededor, y si el chico o chica interesado en entrar a la pandilla no es capaz de asumirlo, entonces puede recibir desde una golpiza hasta algo más grave.
Las condiciones para pertenecer a una banda callejera en la mayoría de los casos obligan al joven a cometer actos que en realidad no quiere hacer; pueden ordenarle robar a sus padres, a sus amigos, vender drogas o consumir altas dosis de la misma, algo que no es su costumbre, e incluso disparar o asesinar a alguien, en muchas ocasiones, a algún miembro de una pandilla rival. Tal como se describen, son situaciones peligrosas que además empiezan a destruir la personalidad del muchacho para comenzar a convertirlo en un peón, una persona sin principios y sin conciencia del valor de la vida; de la propia y de la de quienes se enfrenta. Sin embargo, cuando el joven se encuentra en esta situación una vez ha hecho contacto con la banda, es difícil retirarse, pues es amenazado si no efectúa lo que se le ha pedido; esto suele ocasionar que el muchacho ceda a la presión por miedo a que él o su familia sean lastimados, por lo que finalmente cumple el cometido y se une a la banda.
Aún así, los pandilleros tienen un alto sentido de hermandad y son capaces en ocasiones de arriesgar la propia vida por la de un compañero. Esto es debido a que, a pesar de todo, con el tiempo comienzan a sentir que la banda es su “único lugar en el mundo” y que no pertenecen a ninguna otra parte, habiéndose sentido marginados y rechazados socialmente, por lo que pensar que pueden perder a sus compañeros implica la pérdida del grupo en el que se sienten cómodos.
Otro aspecto negativo además de la peligrosidad de atentar contra la vida propia y la de otros, es la incursión en las adicciones, tales como el alcohol, el cigarrillo, los juegos de azar y las drogas. Estos elementos por sí solos no implican que el joven sea parte de una pandilla, sin embargo una vez que es miembro de una, se convierten en factores comunes para él. Las drogas, además de ser nocivas, tienen un efecto sobre el comportamiento del joven, que pierde su capacidad de tomar decisiones por sí mismo y el dominio sobre su voluntad, siendo más fácil para otros el controlarlo. Incluso la misma adicción y la necesidad de satisfacerla ocasiona que la persona utilice la banda como medio para obtenerla o en su lugar para conseguir dinero y comprarla.
Aunque muchos jóvenes tienden a pensar que ser parte de una pandilla les provee seguridad, protección y oportunidades de lucrarse, lo cierto es que no es así. Ser parte de una banda callejera es muy peligroso; la mayoría de los miembros mueren jóvenes, incluso antes de los 30 años. Además, limita su capacidad de proyección a futuro y de reconocer sus potenciales reales, lo que de verdad quieren y pueden hacer y sus posibles empleos dignos. Por otra parte, pueden además ser arrestados por los crímenes cometidos por lo que contarían con un historial que, en caso de volver a la vida pública y querer reestablecerse, les dejaría marcados socialmente de por vida. Las chicas, por otra parte, tienden a ser sexualizadas dentro de las pandillas. Se les usa como objeto de placer y como parejas de momento. Incluso pueden ser desechadas o intercambiadas con facilidad a otras pandillas y grupos vandálicos.
En general, las consecuencias más graves no recaen en la sociedad sino en el mismo joven que ha decidido formar parte de una familia, puesto que afecta su personalidad, sus relaciones interpersonales, perdiendo amigos y cercanía familiar por comenzar a ocupar su tiempo únicamente en asuntos de la familia. Perjudica su salud volviéndose adicto al alcohol, el cigarrillo o las drogas, puede cometer delitos por los cuales quedar privado de libertad, poner en peligro a su familia por recibir amenazas de pandillas rivales e incluso perder la vida.
La adolescencia es un momento muy importante en la vida de cualquier persona. Es la etapa en la que los jóvenes se identifican o no con ciertos hábitos y comportamientos y donde fijan sus principios y valores. Por eso es importante que la familia esté muy presente y que exista comunicación fluida entre los padres y los hijos. Los adolescentes son muy influenciables pues es cuando están buscando y redescubriendo su lugar en la sociedad. Por lo tanto, si son atraídos por una banda, es probable que se unan a ella por sentirse cómodos y aceptados allí antes que en cualquier otro sitio. La edad promedio de un joven pandillero es entre los 15 y los 17 años, por eso es importante que mucho antes, los padres creen afinidad y un canal comunicativo con ellos desde mucho antes, de modo que no haya espacio para que se sientan tentados a pertenecer en una banda callejera por no sentirse comprendidos.
Para saber si un joven es parte de una banda callejera, los signos son bastante identificables. Principalmente, hay que reconocer los cambios de comportamiento, incluso los más pequeños. Puede que disminuya su rendimiento en la escuela o que haya dejado de asistir a clases sin motivo aparente; que coloque excusas para no asistir a clases, para no salir con sus amigos de siempre, no ir a sus actividades extracurriculares o no pasar tiempo en familia. También puede comenzar a comportarse con mayor rebeldía o con un temperamento atípico en él o ella, como contestar a los padres, gritarles y ser irreverente con cualquier figura de autoridad.
El adolescente puede comenzar repentinamente a quedarse hasta tarde fuera de casa, ocultar sus cosas, encerrarse en su cuarto, presentar irritabilidad o ira excesiva y frecuente, volviéndose agresivo. Puede modificar también su forma de pensar sobre ideas que antes defendía o bien, su actitud frente a las actividades que antes realizaba, como deportes, cursos o la religión, se vuelve negativa; es decir, deja de asistir a ellas o pierde motivación e interés por continuarlas. Es importante fijarse si ha dejado de compartir con sus amigos habituales y si no quiere presentar a sus nuevas amistades en casa e incluso mantiene a los padres alejados de ellos.
Otros signos para reconocer si su hijo forma parte de una banda callejera, es la posesión de armas blancas o de fuego, que repentinamente tenga dinero u objetos caros que no ha conseguido de su trabajo, de los padres o de los familiares y de los cuales no quiere dar explicación, la posesión de drogas o si sospecha de su uso, y la aparición frecuente de heridas en el joven; moretones en el rostro, en las manos, los nudillos, cortadas y en general cualquier lesión que evidencie algún tipo de pelea con alguien más.
Además de lo anterior, hay otros signos que identifican a los miembros de una banda callejera debido al significado o la representación que tienen dentro de ella, que pueden ser:
Es importante que recuerde que estos aspectos por sí solos no son indicadores exactos de que su hijo pertenece a una banda callejera, y que prohibirle vestirse de cierta manera o escuchar algún tipo de música podría resultar contraproducente, haciendo que el joven adquiera resentimiento hacia usted como el “malo” y reforzando sus ganas de seguir en lo que se le ha prohibido. Lo ideal es establecer vías de comunicación con su hijo y luego orientarlo si lo necesita. Pregúntele por qué desea tatuarse, qué representa ese tatuaje, por qué le gusta ese tipo de música, qué significa, cómo se siente al respecto; infórmele por qué no le parece correcto que escuche cierta canción, muéstrele las posibilidades y los efectos negativos, pero deje que él o ella lo piense por sí solo y finalmente decida. Los adolescentes, si se sienten presionados, adquieren frustraciones que dirigen a quien los ha hecho sentir de ese modo, por lo tanto usted debe procurar conversar con su hijo sobre todo lo que le gusta, lo que no y lo que le aflige, de modo que consiga confianza y comprensión en usted y al mismo tiempo sienta que él toma las decisiones de su vida, aunque sea usted quien le aconseje.
Como seres sociales, todos los seres humanos necesitan sentir que son parte de algo más, que encajan en un grupo. Los adolescentes, especialmente, están en la etapa en la que deciden a qué grupos pertenecen, con quienes se sienten identificados, donde definen quienes son. Son sensibles e influenciables ante cualquier idea y si no cuentan con una estructura familiar que les aporte estabilidad emocional y comunicativa, sus principios no estarán fundamentados y formará parte de lo primero que le otorgue la compresión que no encuentran en donde deberían hacerlo: en casa.
El seno familiar es el primer lugar que debe brindarles confianza, seguridad y protección. La escuela, el segundo. Sin embargo, esto no siempre ocurre, el joven se siente rechazado y empieza a gestarse el resentimiento social; lo rechazan por su raza, por sus gustos, por sus costumbres, por todo lo que pueda hacerlo distinto al resto. Y en casa no se siente escuchado o incluso si lo escuchan, no encuentran la respuesta que necesitan. La frustración es cada vez mayor y solo consiguen refugio junto a otros que se sienten igual de insatisfechos, en una banda callejera.
Las pandillas tienen una estructura definida, normas e integración; un líder que se hace respetar y miembros que, por lo general, se defienden entre sí. Aún con todo lo peligroso y nocivo que puede resultar, el muchacho se siente atraído por ese grupo que parece unido y seguro. Considera que, a pesar de todo, allí puede encontrar la estabilidad que necesita.
Otra de las causas que impulsan al adolescente a unirse a una pandilla, es el ejemplo de violencia y agresividad que reciben en el entorno. Ver que sus compañeros, que los muchachos vecinos y hasta en la propia casa el comportamiento y la actitud general es violenta (gritos, golpes, peleas, discusiones) perjudica la consciencia del joven sobre lo que es normal. Para él, si es común, también es normal.
Entre otros motivos se encuentran la falta de habilidad social o dificultad para adaptarse a la sociedad, problemas en el entorno familiar (familia inestable, alcoholismo, drogas, actividades delictivas) y la desmotivación o fracaso estudiantil. Todas estas situaciones deprimen al joven que sintiéndose frustrado, opta por la vida callejera, algo que considera más “fácil” y además satisfactorio porque puede conseguir remuneración por sus actos delictivos y tiene acceso con mayor facilidad al alcohol y las drogas, sustancias con las que considera que puede suprimir la sensación de vacío.
Los dos pilares básicos para la vida de un adolescente son la familia y la educación. Si esos pilares se tambalean, el adolescente también lo hará, y buscará por cualquier medio un soporte pues la razón principal para que un joven se una a una banda callejera, es la sensación de pertenecer a algo, aún si es negativo, peligroso, dañino. Y se quedan debido a la presión emocional que ejercen los demás miembros, las amenazas de los mismos o de los rivales, y la sensación de que quedándose estará más protegido por sus compañeros y las armas, que estando fuera, arriesgando además a su familia a sufrir las consecuencias de sus actos.
Siendo la familia el primer entorno en el que se desenvuelve el ser humano y por lo tanto el aspecto fundamental de la vida de cualquier persona, es el primer elemento a utilizar a favor al momento de ayudar a un joven a salir de una banda callejera y sobretodo a no entrar en ella. Para ello lo principal es establecer canales de comunicación; lo ideal es que sea desde temprana edad. Construir confianza y otorgarle seguridad al adolescente, estrechar y fortalecer los lazos afectivos.
Es importante que en lugar de criticar, ordenar y prohibir, se dialogue con el adolescente. Preguntarle sobre lo que le gusta, lo que no le gusta, por qué siente afinidad con ciertas cosas como la forma de vestirse, la música o las películas que escucha y a partir de allí orientarle y hacerle saber, a modo de sugerencia, qué cosas pueden ser mejores para él o ella, qué es saludable y positivo y qué no lo es. Mostrarle otras opciones que pueden interesarle y que el adolescente sienta que depositan confianza y responsabilidad en ello, que los padres le dan la libertad de elegir. Esto debe hacerse con frecuencia y constancia, no siempre van a preferir lo que se les sugiere, pero hay que ser insistentes de forma paulatina y sin forzarlos.
Desde casa, hay que educar con palabras y ejemplos que la violencia y la agresión jamás es una vía factible y que no trae nada positivo sino al contrario, aunque parece satisfactorio al principio, puede ocasionar consecuencias muy graves. Enseñarles principios y valores, en conjunto con los maestros y mostrarles que pertenecer a una pandilla puede resultar en catástrofe para ellos y sus seres queridos; desde la prisión hasta el asesinato.
Una vez que un joven pertenece a una banda, lo esencial es convencerlo de que la sensación de pertenencia, protección, seguridad y afecto, es falsa. Algunas formas de hacerlo son mostrarles ejemplos de personas que han pertenecido a bandas callejeras y se han arrepentido, han salido de allí; pueden conseguir sus testimonios y que sean ejemplo de que las pandillas no aportan nada positivo para la vida de ninguna persona y que es posible alejarse de ese mundo.
Otra opción es mostrarle al joven otras formas de pertenecer a grupos, a través del deporte o de actividades extracurriculares que realmente le gusten: clases de idiomas, de dibujo, de música. Eso satisfará su necesidad social y de afecto, además de aprender algo productivo que le ayudará a desarrollarse y a darse cuenta de que tiene talentos para explotar. Lo principal es demostrarle que puede obtener amor, respeto y comprensión de formas positivas, y conseguir un propósito real para su vida.
Ayudar a un joven a alejarse del mundo de las bandas callejeras requiere un compromiso real, constante y persistente. Es necesario conseguir la manera de comunicarse con ellos, de que se sientan escuchados y de que escuchen, aunque puedan resistirse. Tienen que percibir una real preocupación por ellos, un soporte en el cual apoyarse, pues es precisamente de lo que carecen.
Si su hijo ya pertenece a una banda adolescente, acérquese a él. No le grite ni actúe de manera agresiva con él pues eso reforzará su propio comportamiento violento y marcará aún más la lejanía familiar. En su lugar, procure conversar con él y entender qué es lo que hace y por qué. Pregúntele por sus sentimientos. Infórmele de por qué no está de acuerdo con la conducta de los grupos callejeros y por qué, y no le permita establecer contacto con ellos. Procure que pase más tiempo con sus amigos reales; conozca a sus amigos y aconséjele sobre ellos. Quienes parecen ser honestos con él y quienes no lo son o buscan algún beneficio estando a su lado. Apóyelo con sus estudios; no lo critique ni lo desaliente si obtiene bajas calificaciones, en su lugar ayúdelo y motívelo a mejorar; ofrézcale soluciones para su desmotivación estudiantil. Pase tiempo de calidad con su hijo, comparta con él y preocúpese por sus intereses. Busque algo en común que puedan compartir y disfrutar juntos.
Es importante también que converse con él y le enseñe cómo manejar la presión social que puedan ejercer sus amistades. La presión social es uno de los enemigos de la adolescencia y el causante de mucho de sus males (sexo a temprana edad, alcoholismo, drogas) pues para seguir perteneciendo a su grupo, se sienten obligados a hacer lo que hace el resto, incluso si no lo desean o no están listo para ellos. Además, debe procurar aplicar la disciplina correcta; cuando actúe de mala manera, hable con él, explíquele por qué no hizo lo correcto y tome una medida justa. De igual manera, felicítelo cuando actúe de buena manera y hágale saber que está orgulloso de él; saberse apreciado y valorado es muy importante para construir estabilidad emocional en el adolescente.
Todos estos consejos ayudarán a que el joven se dé cuenta de que no es feliz en donde está ni haciendo lo que hace, sin embargo, la decisión de salir de una banda callejera es de él o ella; debe ser él quien quiera cambiar y mejorar su vida y como padre, amigo o familiar, usted debe estar allí para él. Tanto como para ayudarlo a darse cuenta de su situación y a tomar la decisión de cambio como para que la efectúe. No le diga lo difícil que será salir de allí, conseguir empleo o continuar con sus estudios; no sea un obstáculo para él. En su lugar, motívelo a creer en sí mismo, hágale saber que todavía tiene posibilidades y oportunidades para crecer como persona y que debe sentirse seguro de sus capacidades. Para ayudar a su hijo a salir de una banda callejera, usted debe estar para él en todo momento y convertirse en su aliado.
Psicólogos de México expertos en violencia en jóvenes y adolescentes